Artículo Inspirado por el artículo de Francesc Miralles en el Correo del Sol, La ley del Espejo.
Nuestras expectativas sobre los demás condicionan en buena medida sus fracasos o logros. Esta máxima es cierta sin ninguna duda en las relaciones entre adultos, pero puede adquirir tintes incluso dramáticos cuando hablamos de las relaciones con niños, más aún si los niños son nuestros hijos.
Según la ley del espejo, también denominada “efecto Pigmalión”, las personas se comportan de la forma que esperamos que lo hagan; es decir, todo ser humano responde a las expectativas que pongamos en él.
En la famosa película, My Fair Lady, basada en la obra de teatro Pigmalión, de George Bernard Shaw, un profesor hace una apuesta: Convertirá a una florista analfabeta y sucia en una dama que será la admiración de toda la sociedad.
Las creencias y expectativas de una persona o grupo de personas afectan de tal manera a otra, que esta última tiende a confirmar las expectativas
En un momento de la historia, la muchacha que se convierte en cobaya del experimento confiesa a un amigo de su instructor: “Para el profesor Higgins yo siempre seré una florista porque él me trata siempre como a una florista, pero yo sé que para usted puedo ser una señora porque siempre me ha tratado y me seguirá tratando como a una señora.”
Es fácil reconocer esta misma situación cuando tenemos delante a un niño. Si lo tratamos como a una persona buena y capaz, en general el niño se comporta mucho mejor que si no paramos de gritarle y decirle todo lo que está haciendo mal. Basta que le digamos: “ ten cuidado, que eso se te va a a caer”, para que efectivamente se le caiga. Basta que le digamos: “es que no tienes remedio”, para que efectivamente no lo tenga.
El efecto Pigmalión
Desde un punto de vista psicológico, el efecto Pigmalión dice que podemos esculpir las actitudes y el rendimiento de las personas con las que nos relacionamos. Esto es así porque, inconscientemente, nos miramos en las expectativas de los demás como si fueran nuestro espejo.
Podemos observar este proceso desde la escuela. Los alumnos de los que se espera solo suspensos y mala conducta cumplen con creces las expectativas depositadas en ellos. En cambio, los que reciben ánimos de sus profesores, los que sienten que se confía en ellos, tratan de devolver esa imagen positiva. Así funciona en esencia la ley del espejo.
.Un ejemplo que suele citarse al hablar de este fenómeno es el experimento que en 1968 llevaron a cabo Robert Rosenthal y Lenore Jacobson. Se le denominó “Pigmalión en el aula” y consistió en informar a un grupo de profesores de Primaria de que sus alumnos habían hecho un test de inteligencia, cosa que no era cierta. Se eligió aleatoriamente un grupo de niños y se dijo a los profesores que, como habían obtenido los mejores resultados, iban a destacar en el curso. Al terminar éste, se confirmó que su rendimiento fue muy superior al resto.
Para lo bueno y para lo malo
Como hemos visto en el estudio de Rosenthal y Jacobson, el efecto Pigmalión puede ser muy positivo, pero lo contrario también es cierto. Si esperamos lo peor, si no confiamos en nuestros hijos o alumnos, probablemente estemos provocando una disminución de su confianza en ellos mismos o su autoestima. Podríamos decir que existe:
Efecto Pigmalión positivo: aumenta la autoestima y nos empuja a superar los límites que nos habíamos fijado. Se produce cuando la gente a nuestro alrededor espera lo mejor de nosotros y acentúa lo positivo que hay en nuestro carácter.
Efecto Pigmalión negativo: consigue el efecto contrario; o sea, una disminución de la confianza en uno mismo debido a las expectativas bajas o negativas de la gente que nos rodea. Cuando a un niño se le etiqueta como “travieso” o directamente “malo”, lo más probable es que intente cumplir esas expectativas que tenemos hacia él o ella.
Efecto Pigmalión positivo: aumenta la autoestima y nos empuja a superar los límites que nos habíamos fijado. Se produce cuando la gente a nuestro alrededor espera lo mejor de nosotros y acentúa lo positivo que hay en nuestro carácter.
Efecto Pigmalión negativo: consigue el efecto contrario; o sea, una disminución de la confianza en uno mismo debido a las expectativas bajas o negativas de la gente que nos rodea. Cuando a un niño se le etiqueta como “travieso” o directamente “malo”, lo más probable es que intente cumplir esas expectativas que tenemos hacia él o ella.
A menudo no somos conscientes de que, al relacionarnos con los demás, comunicamos lo que esperamos de ellos
El político francés Charles de Talleyrand afirmaba en ese sentido: “Siento más temor de un ejército de cien ovejas dirigido por un león, que de un ejército de cien leones dirigido por una oveja.”
En el ámbito familiar, los padres que transmiten a sus hijos coraje y autonomía inculcan en ellos estos valores, mientras que los que se muestran siempre temerosos siembran en ellos una inseguridad que puede acompañarles en la vida adulta. Si queremos hijos valientes y decididos, tendremos que trabajar nuestros miedos e inseguridades, si queremos hijos asertivos, tendremos que trabajar nuestra asertividad. Los niños aprenden con el ejemplo, ¡¡siempre ha sido así y siempre lo será!!
Steve Jobs, fundador de Apple, diferencia el efecto Pigmalión positivo de la jerarquía de las antiguas empresas: “Los gestores tradicionales, tratan de persuadir a las personas para que hagan cosas que no quieren hacer, mientras que el liderazgo se propone inspirarlas para que hagan cosas que nunca hubieran imaginado que eran capaces de hacer.”
Podemos convertirnos en líderes para nuestros hijos, podemos esperar siempre lo mejor de ellos, reforzarles, creer en sus capacidades únicas (aunque a veces no se correspondan con lo que a nosotros nos gustaría), creer en ellos.
Profecía de autocumplimiento
Álex Rovira afirma que el efecto Pigmalión se manifiesta en el efecto placebo: personas que creen obtener de un medicamento la curación cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón sin principios activos. Y se plantea: “¿Por qué cura en determinados casos un caramelo inocuo? Simplemente, porque el médico dice que así será; porque alguien en quien creemos asegura que nos irá bien y porque deseamos curarnos. Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.”
Como con el efecto Pigmalión, el efecto placebo tiene también su lado tenebroso: Es lo que los psicólogos denominan “profecía de autocumplimiento”. Tiene lugar cuando estamos tan convencidos de que nos sucederá algo malo que, inconscientemente, actuamos de manera que acaba haciéndose realidad. Por ejemplo, lo que decíamos al principio. Si el niño tiene un vaso de agua y estamos pensando que se le va a caer, e incluso se lo decimos, hay muchísimas probabilidades de que al final el vaso se acabe cayendo y derramando el agua.
El secreto del camarero
Le cojo también a Francesc la anécdota con la que termina su artículo. Y recomiendo fervientemente su libro El laberinto de la felicidad. Este ejemplo es muy ilustrativo de cómo funciona la ley del espejo a nivel cotidiano.
“Durante mis años de estudiante, un verano fui contratado como camarero de un camping donde muchos jubilados y personas solas del norte de Europa pasaban largas temporadas en sus caravanas. Al ser el último en llegar, me asignaron el peor turno: el primero de la mañana, lo cual me obligaba a madrugar después de trasnochar con otros empleados. A esa hora, sólo se acercaban a la barra personas solitarias que tenían el hábito de empezar el día con una taza de café.
“Durante mis años de estudiante, un verano fui contratado como camarero de un camping donde muchos jubilados y personas solas del norte de Europa pasaban largas temporadas en sus caravanas. Al ser el último en llegar, me asignaron el peor turno: el primero de la mañana, lo cual me obligaba a madrugar después de trasnochar con otros empleados. A esa hora, sólo se acercaban a la barra personas solitarias que tenían el hábito de empezar el día con una taza de café.
Por la mirada que me dirigían, advertí que querían conversación o, como mínimo, una sonrisa para empezar bien el día. Allí fue donde me di cuenta de que cada vez que un camarero sirve un café, influye en la felicidad de su cliente, porque tiene ante sí tres opciones y tres posibles resultados que dependen de su actitud:
1. Que la persona se marche peor de lo que ha llegado, si recibe un trato grosero.
2. Que se vaya igual que ha venido, si el camarero le trata con indiferencia.
3. Que salga mejor de lo que ha entrado, si le regala amabilidad y buen humor.
2. Que se vaya igual que ha venido, si el camarero le trata con indiferencia.
3. Que salga mejor de lo que ha entrado, si le regala amabilidad y buen humor.
Esta elección trascendental para el ánimo de los demás no es exclusiva de los camareros. Todos tenemos cada día decenas de pequeños contactos con otras personas. Nuestro reto como seres humanos es conseguir el tercer resultado: que su vida sea un poco mejor después de estar con nosotros.”
Todos nuestros actos suman o restan en el balance emocional de los demás
Evidentemente esto es aún más importante cuando aquellos con quienes nos relacionamos son nuestros hijos o nuestros alumnos. Los niños están constantemente esperando una palabra, una mirada, una caricia… al fin y al cabo ¡somos sus espejos!
Todos nuestros actos suman o restan en el balance emocional de las personas que nos rodean. En el roce con el mundo puede haber desgaste o ganancia, y de nosotros depende si queremos aportar o quitar bienestar a nuestro entorno. Es cuestión, sencillamente, de ser amable y de mostrar con nuestro espejo lo mejor de cada persona.
Como decía Antoine de Saint-Exupéry al hablar del liderazgo: “Si quieres construir un barco, no comiences buscando madera, cortando tablones o distribuyendo el trabajo, primero debes evocar en los tuyos el anhelo por el mar.”