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El respeto (I)

Se habla mucho de la “falta de respeto” que tienen los niños hoy en día. Se dice que le “faltan el respeto” a los padres, profesores, a la autoridad en general… Al parecer las generaciones anteriores eran más “respetuosas”.

Me gustaría hablar del respeto y distinguirlo muy bien de una emoción básica como es el miedo
Durante los 40 años de dictadura en nuestro país no se “respetaba” más a los padres, ni a la autoridad, ni por supuesto al dictador. SE LES TENÍA MIEDO. 
Y se les tenía miedo con razón, porque los padres eran más grandes y más fuertes, y si hacías algo que a ellos no les gustara, te pegaban. Muchos de los que ahora tienen 60 años corrieron bastante delante de los famosos “grises”, a los que tampoco se respetaba, se les temía por su brutalidad y porque podían tomarse la justicia por su mano, golpear a detenidos hasta su muerte, y a eso el régimen no lo denominaba brutalidad policial, como ahora, sino justicia. Y, visto lo visto, al dictador tampoco se le respetaba demasiado, pero como lo menos que podían hacerte si hacías un chiste sobre él, era tenerte un día entero en el calabozo, pues la gente se cuidaba muy mucho de criticarle abiertamente, sobre todo en según qué círculos.

El respeto, como casi todo lo que tenga que ver con la educación de los niños, se aprende con el EJEMPLO. Un niño sólo aprende a respetar si se siente respetado. Y por desgracia se nos olvida demasiado a menudo (a mí la primera!!).

¿Y cómo se respeta a un bebé? Básicamente respetando sus necesidades. 
Sabiendo que ellos son los que mejor saben cuándo y cuánto tienen que comer (sí, si pide a los 10 minutos de haber comido también hay que darle, y no intentar engañarle con el chupete). Sabiendo que NECESITAN contacto, mimos y caricias… sí, casi constantes, porque necesitan saber que en este nuevo mundo ruidoso y fastidioso al que han salido, se les quiere y se les va a cuidar SIEMPRE. Sabiendo que cuando nos reclaman no son “caprichosos” ni “malos”. Ellos no SABEN si les queremos o no, no lo saben “racionalmente”, necesitan SENTIRLO, con nuestro contacto, con la manera de tocarlos, de acariciarlos, de cambiarlos, de vestirlos y desvestirlos, de lavarlos…

La idea básica es que les tratemos TAL Y COMO NOS GUSTARÍA SER TRATADOS. Como suelo deciros, yo muchas veces lloro sin saber por qué (sobre todo cuando estoy con la menstruación). Afortunadamente tengo un marido que cuando me pongo así, me abraza y me da mimitos, porque sabe que es lo que necesito, porque sabe que ni yo misma tengo claro por qué lloro, y que lo único que quiero es saber que él está ahí. Pues los niños quieren lo mismo. Muchas veces ellos tampoco saben por qué lloran. 
Ya cambiados, comidos, a gustito, tampoco parece que tengan gases… pero de repente a las 8 de la tarde, se ponen a llorar como posesos y no paran hasta las 10 (11, 12…) de la noche. ¡¡Y encima la pediatra dice que no les pasa “nada”!!. 
Pues muchas veces no les pasa nada “orgánico”, es decir, no tienen otitis, ni faringitis, ni ninguna otra “itis”… pero lloran.
Lloran porque llevan todo el día de mano en mano “como la falsa moneda”, lloran porque sus padres están agotados, después del parto, después de la marabunta del hospital, y encima tienen que aguantar visitas en casa hasta las 9 de la noche, que vienen “a ver al niño”, lloran porque necesitan liberar todo el estrés acumulado durante el día. 
¿Qué los bebés tienen estrés?¡Mira que eres rara, Teresa, qué cosas dices!! 
Pues poneros en su lugar: Tras 9 meses en un entorno oscuro, líquido, de ruidos suaves y atenuados, de alimentación a demanda, de calorcito y movimiento, de desnudez acariciada por el agua del líquido amniótico… De repente pasas a un mundo luminoso, con luces brillantes que nos ciegan (los flashes de las cámaras que los amigos y familiares traen para “hacer una foto al niño”), seco, tan seco que a veces duele hasta respirar, nos duele la nariz y la garganta, acostumbradas a ser bañadas constantemente con el líquido amniótico. 
Un mundo con ruidos atronadores, gente cinco veces más grande que tú que te lleva, te trae, te pone y te quita ropas, que encima a veces te rozan (¿por qué demonios todos los bodys llevan etiquetas en el cuello?), muy a menudo llevan perfumes fuertes que te agobian… o peor aún, huelen a tabaco, que te ahoga y te hace toser.
Necesitas comer (o beber) y te ponen una cosa de plástico duro en la boca, que las primeras veces la escupes, pero al final te la tragas, porque parece ser que es lo único que vas a conseguir. Necesitas sentirte querido, que te cojan y te abracen, pero te dejan llorar porque hay “alguien” que les dice que te van a “malacostumbrar”…. Yo juraría que tienen mil razones para estresarse… pero igual soy rara…
Si no hemos sido capaces de respetarles en la primera etapa, ya ni os cuento cuando son un poco más mayorcitos, pero esa es una larga historia, que tendrá que ser contada en otra ocasión…

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