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Mitos, ciencia y emociones sobre el sueño infantil

Aunque se habla largo y tendido sobre dónde, cómo, cuánto y cuándo deben dormir los niños, lo cierto es que seguimos sin haber descubierto la manera ideal de dormir, tanto para niños como para padres y madres. Aunque hay muchas escuelas y tendencias, hoy me gustaría, no sólo hablar desde la evidencia científica, que como todo es discutible y opinable, porque hasta lo que parece más científico tiene una pega… que lo escriben personas con su bagaje emocional.  Cuando escribimos un artículo científico, no nos “despegamos” de esa parte emocional y vivencial que todos tenemos. Hoy me gustaría hablar también desde mi parte emocional, desde cómo yo siento y vivo este debate.
Hay dos corrientes bastante claras, y a veces parece que son irreconciliables, pero mi sentir es que ambas corrientes buscan lo mejor para los niños, aunque desde presupuestos diferentes.
1.- Corriente pro-colecho y pro-autorregulación del niño: Parte de la base de que el sueño es un proceso, que cuanto menos se altere mejor, y que todos los niños antes o después aprenden a dormir solos y tranquilos. Promueve el colecho seguro o la cohabitación, hasta que el niño por sí mismo decida ir a su habitación, o hasta que los padres puedan “venderle” la nueva habitación con más o menos habilidad. Cuando el proceso se respeta, en general el niño entre los 3 y los 5 años se va bastante contento a una habitación contigua a la de sus padres, algunos niños especialmente independientes y con gran madurez emocional, incluso antes (2 años y medio)
2.- Corriente a favor de que los niños duerman solos desde el principio (En su último libro, el doctor Estivill aconseja que se empiece desde el primer momento, evitando que el niño se duerma en el pecho, y acostándolo en su cuna siempre despierto, para que “aprenda” a dormirse solito): Parte de la base de que el sueño es un aprendizaje, que cuanto más coherente y severo se sea desde el principio, antes aprenderán los niños a dormir solos, y antes podrán los padres y madres descansar toda la noche. Quiero creer que esta corriente piensa realmente que si no se “enseña” a los niños desde el principio, las consecuencias pueden ser graves (cosa que es bastante discutible, ahora veremos por qué. Como veis, yo pertenezco a la primera corriente, ¡¡por si no os había quedado claro!!)
Desde la evidencia científica, sabemos que el sueño tiene una función muy importante, que necesitamos dormir, que ninguna persona puede vivir sin dormir (de hecho hay una enfermedad muy grave, denominada insomnio maligno, patología que llega a provocar la muerte de los pacientes  porque NO PUEDEN dormir).
En el bebé, que nace naturalmente prematuro, con necesidad de comer cada poco tiempo, con un cerebro “a medio hacer”, y que necesita estímulos breves y períodos de descanso entre estímulos, el sueño es NATURALMENTE irregular. El bebé necesita hacer sueños cortos y despertares cortos para estimular su cerebro, para comer, para relacionarse con su entorno. No tiene sentido intentar “educarle” para que duerma solo, primero, su cerebro no tiene las estructuras adecuadas para crear recuerdos consistentes que le permitan ser consciente de que su papá y su mamá le están “enseñando a dormir”. Su cerebro sólo entiende “solo=peligro” “acompañado=tranquilidad”. Para que un bebé duerma tranquilo necesita contacto, al menos hasta que entra en fase de sueño profundo.
El último estudio sobre colecho y sus riesgos, el estudio de Carpenter, concluía que incluso el colecho seguro aumentaba la muerte súbita.
No estoy de acuerdo con esa conclusión porque ese estudio adolece de graves deficiencias metodológicas, yo al leerlo sólo puedo llegar a la conclusión de que en nuestra cultura colechamos mal, y ponemos en peligro a nuestros hijos no tanto por colechar, como por hacerlo en sitios inadecuados (sofás, camas de agua, camas con exceso de mantas y edredones), cuando hemos consumido drogas (sí, la caña con los amigos las noches de verano, el cigarrito antes de irnos a dormir, también son drogas. Ya no hablo de los que se toman la dormidina o el orfidal), cuando tenemos obesidad mórbida…
Sí, para colechar hay que hacerlo bien, sobre todo en los primeros 4 meses de vida del bebé. Si no cumplimos una serie de condiciones (peso normal o sobrepeso leve, cama baja y sin mantas ni  edredones pesados, no haber consumido ningún tipo de droga), es mejor que cohabitemos, no que colechemos, es decir, que el niño duerma en la habitación pero no en la cama con nosotros. Lo ideal es que duerma en una cunita pegada a la cama, para que cuando necesite contacto la madre o el padre puedan tocarlo, y la madre incluso lo pueda pasar a la cama para darle de mamar.
Algunos padres y madres tienen miedo de que, si colechan o cohabitan, el niño “nunca” se irá de la habitación. Es el mismo miedo que les mete la sociedad con que, si lo cogen, el niño “nunca” caminará por sí solo.
Los niños pasan por etapas, en su primera etapa necesitan contacto constante, brazos constantes, alimento casi constante. Pero es una ETAPA. Se PASA.
Y si no se pasa, habrá que detectar por qué no se pasa. Si un niño de año y medio no se mantiene en pie prácticamente solo, hay un problema, y hay que detectar qué está ocurriendo. Si un niño de 5 años es incapaz de dormir solo en una habitación contigua a la de sus padres hay un problema y hay que saber por qué ese niño no ha desarrollado un apego suficientemente seguro, o por qué tiene ese miedo por la noche.
En ningún caso la solución sería dejarlo llorar. Si un niño no se levanta solito al año y medio, lo estudia el neurólogo, el traumatólogo, se buscan causas, se supone que es parte de su proceso el aprender a ponerse de pie, y si no lo hace, hay que saber por qué.
Con el sueño, pasa lo mismo, lo que sucede es que es un proceso tan complejo como aprender a caminar, e incluso más complejo. Durante los primeros meses, como hemos visto, el sueño será irregular y habrá múltiples despertares, tanto durante el día como durante la noche. Conforme el niño va cogiendo el ritmo circadiano (el nuestro, el ritmo día-noche), va habiendo más sueño nocturno y menos sueño diurno, pero sigue habiendo despertares… porque los adultos también los tenemos.
Todos nos despertamos una media de 5 veces por noche, en general son microdespertares de los que no somos conscientes, alguno de ellos somos conscientes y aprovechamos para hacer pis (cuanto más mayores, más a menudo nos sucede esto, sobre todo a los hombres). Pero en el proceso del niño, a menudo en estos microdespertares, se despierta del todo y reclama a sus padres. Poneros por un momento en la piel de ese niño: Cuando se durmió, todavía había ruido en la casa, sus padres hablaban, escuchaba la tele, a veces incluso hay alguna luz a la vista. Cuando despierta todo está oscuro y silencioso. Si duerme con sus padres, incluso puede escuchar la respiración de éstos y tranquilizarse, pero si está en otra habitación no tiene ni este consuelo.
 En el cerebro de ese niño todo le grita “estamos solos, estamos en peligro, ¡¡llama a alguien!!!”. Si la respuesta es inmediata al llanto o a la petición del niño, la respuesta fisiológica es una bajada de catecolaminas (las hormonas del estrés), relajación y vuelta al sueño.
Si la respuesta se demora, las catecolaminas aumentan, se acelera el corazón y la respiración, el llanto cada vez es más fuerte, si en ese momento los padres acuden, les costará mucho más calmar al niño.
Si la respuesta se demora aún más, el cerebro entra en shock por exceso de catecolaminas, podríamos decir que “se rinde”. Nadie puede sufrir tanto tiempo. El cerebro, para protegerse de la pérdida de neuronas (las catecolaminas, sobre todo los niveles altos de cortisol, provocan estrés neuronal y literalmente “matan” a esas neuronas, cosa que se ha demostrado en múltiples estudios, tanto con monos como con salmones), se “desconecta”, y el niño se duerme por agotamiento.
Esta es la razón por la cual los métodos tipo Estivill, Ferber, y demás, funcionan.
En estos momentos el debate sobre el tema del sueño infantil sigue en pie porque seguimos sin saber qué es lo “normal”, cuánto, cuándo, cómo y con quién deben dormir los niños para que su desarrollo sea el óptimo.
Seguimos sin saberlo “científicamente”, hay muchos estudios a favor, y muchos en contra del colecho, hay muchos estudios a favor, y muchos en contra de los métodos cognitivo-conductuales para “enseñar a dormir”. Puedo daros una estupenda página para que leáis unos y otros y decidáis por vosotros mismos: http://lacienciadelsuenoinfantil.blogspot.com.es/p/capitulo-2.html
Desde mi punto de vista, durante el sueño, al igual que durante la vigilia, como padres y madres debemos comportarnos con nuestros hijos de la misma manera que nos gustaría que se comportaran con nosotros.
A mí me gusta más dormir con mi marido que dormir sola. A veces, si tengo una pesadilla y me despierto asustada, mi marido se despierta conmigo y me abraza. Soy adulta, sé que ha sido una pesadilla y en principio “no necesito” ese abrazo… ¡pero lo que lo agradezco! A veces, tengo un día malo, y lloro sin saber muy bien por qué (sí, vale, me pasa más con la menstruación… esas hormonas….). Me encanta cuando en esos casos mi marido me acaricia y me da mimos.
No me quiero imaginar lo que sentiría si mi marido, en lugar de consolarme, de abrazarme, de acariciarme, me dijera: “No, no te abrazo que te acostumbras” “No, no te doy mimos, que te estoy enseñando a calmarte tú solita” “Llora, llora que así se te ensanchan los pulmones”… o mi favorito: “Tengo la mano preparada para que llores con razón”.

¿Por qué seguir discutiendo lo que es “mejor”? En nuestro interior todos SABEMOS lo que es mejor… aunque la ciencia aún no se haya puesto de acuerdo.

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