Compasión: Del latín, literalmente significa Padecer Con… Y con esta madre he padecido desde el primer momento, como tantas activistas de El Parto es Nuestro y de otras organizaciones. Hemos sufrido con ella, sin escucharla, sólo sabiendo, como madres, lo duro que tiene que ser parir en un hospital al que te ha llevado la policía en contra de tu voluntad. Ahora ella ha querido hablar, ha querido contar (¿contarse? ¿contarnos?) su experiencia con el ginecólogo que no respetó su decisión, con la juez que ni siquiera la escuchó, con la policía que la sacó del baño en el que estaba dando a luz a su bebé, en la intimidad de su hogar. Sucedió en Oviedo, hace cerca de seis meses.
Y no os digo mucho más, porque quiero prestarle a ella este vehículo para expandir su voz y su dolor, para que NUNCA MÁS, ninguna otra madre ni criatura sufran lo que sufrieron ella y su hija. Para que, juntas, con la comprensión y el acompañamiento de otras madres, de otras mujeres, y de todas las personas que tengan la suficiente empatía como para ponerse en su lugar, consigamos ayudarlas a sanar de sus heridas (físicas y mentales). Para que como sociedad pongamos en primer lugar SIEMPRE a la madre y a su criatura. Para que como sanitarios seamos capaces de RESPETAR la decisión informada, consciente y responsable de una madre que elige algo diferente de lo que nosotros elegiríamos. Espero que estas cartas os hagan reflexionar, como me han hecho reflexionar a mí. ¡Aviso! Son DURÍSIMAS, un relato de VIOLENCIA, intimidación, chantaje y ninguneo. No recomiendo que ninguna embarazada las lea, porque a mí me han provocado pesadillas… Entre otras cosas porque yo estuve en su lugar. Yo cumplí 42 semanas de gestación, me ofrecieron la inducción y pedí esperar dos días más. Cada día doy gracias a la ginecóloga que me atendió, que me comprendió, que me dio mi tiempo… Gracias a ella tuve un parto bonito… A esta mujer se lo ROBARON.
Estimado señor A.,
Me encantaría poder pedir una cita con usted. Me presentaría a esta cita con las gráficas de la monitorización que se realizó el 23 de abril, cuando acudí por mi propio pie al hospital, para comprobar el bienestar de mi bebé. Gráficas que, desde el primer momento, se negó a entregarme. Y me encantaría que usted me señale, en estas gráficas, dónde aparecen señales de malestar fetal. Pero esto es imposible, y lo sabe perfectamente, porque no existen tales indicios. Y esto no lo digo yo, lo dice mi matrona privada, lo dice el ginecólogo que hizo el peritaje del juicio y lo dice hasta la matrona del HUCA que, ese día, redactó un informe en el que cualifica dicho monitor de “normal y tranquilizador”.
Recuerdo perfectamente cómo, ese día, cuando le dije que quería pensarme la inducción, usted me contestó: “entiendo que tienes una idea muy clara de cómo quieres que sea tu parto. Pero olvídate, ya te pasaste de la semana 42, no vas a tener un parto bonito”. Recuerdo perfectamente cómo, llorando, le pregunté a mi matrona si todavía podía tener un parto bonito. Y ella me dijo que sí. Y, sin embargo, no pudo ser. Gracias a usted.
Porque podría haberse quedado ahí: usted consideró que había un riesgo (aunque las pruebas realizadas ese día no presentaban ningún indicio de tal riesgo) y yo que la inducción también conlleva riesgos. Podría haberse quedado en un informe redactado por usted en el que se dejaba por escrito que usted me informó, me advirtió y yo decidí seguir con un parto en casa. Pero no fue así.
No fue así porque usted estaba convencido de que debía actuar en médico superhéroe y salvarme de mí misma, salvar a mi bebé de su irresponsable madre.
Puedo entender, si usted va a asistir un parto, que haya responsabilidades que no este dispuesto a asumir. Lo puedo entender, aunque no lo comparta. Pero una vez haya decidido asumir yo los riesgos y llevarlos fuera del recinto hospitalario y de su responsabilidad, ¿qué necesidad había de traerlos ahí otra vez y a la fuerza?
Recuerdo cómo usted me dijo, después del ingreso forzoso y mientras yo aguantaba el dolor de las contracciones: “ahora, haga lo que haga, me lloverán críticas por todas partes”. ¿Sabe lo que le digo? Que se lo ha buscado usted solito. Poniéndose en el peor de los casos, si hubiese nacido mi hija muerta en mi casa, nadie le habría reprochado nada a usted. Así que no, no me venga llorando.
No había “bajadas”, no había “variabilidad mínima”, no había mayor “riesgo de hipoxia fetal” o de “muerte intrauterina” que en cualquier otro parto. Sin embargo, hubo paternalismo, intimidación, humillación, reproches, complicaciones debidas a sus intervenciones y que condujeron a una cesárea, hubo tactos a la fuerza, hubo mentiras, hubo engaños, hubo de todo, menos un parto bonito.
Y sí, por supuesto, le guardo un rencor que, por mi propio bien, espero poder olvidar algún día, pero no es por eso por lo que escribo esta carta. La escribo con la esperanza de que usted, que está considerado como uno de los mejores médicos de este hospital, se de cuenta de que no ha actuado como debía y si es, como dicen, “el mejor”, empiece a reflexionar para dejar de ser el mejor de los peores y se convierta en el mejor de los mejores.
Porque el 25 de abril, después de una noche de ingreso forzoso y mientras yo seguía con contracciones, usted entró en mi habitación junto a otros dos hombres y una mujer. Recuerdo que uno de ellos sujetaba una hoja de papel doblada y empezasteis a contarme, señalando dicha hoja, que por la mañana habíais recibido otra orden judicial, que esta orden estipulaba que el bebé tenía que nacer ya y que, para eso, teníais derecho a realizar cualquier intervención, con o sin mi consentimiento, que esta orden os mandaba ponerme vigilancia las 24 horas y provocar el parto. También me contasteis que, dado que el parto había empezado espontáneamente, estabais dispuestos a no cumplir dicha orden a cambio de que yo aceptara someterme a las pruebas que ustedes considerasen oportunas. Por supuesto, se trataba de pruebas para las que ya había expresado mi rechazo. Y, obviamente, nunca hubo ni rastro de esta supuesta segunda orden judicial. Esto se llama mentira, chantaje e intimidación. Y no, NO ES DIGNO DE LOS MEJORES.
Porque el 25 de abril, después de haber expresado repetidas veces que estaba en contra de que se me realizase un tacto, usted me dijo que no importaba que estuviera de acuerdo o no, porque usted tenía una orden judicial respaldándole. Cuando solicité que me lo realizara mi matrona privada que se encontraba en el hospital, usted se negó e introdujo, en contra de mi voluntad, dos dedos en el fondo de mi vagina. Esto, se llama violación intraparto, y, aunque no lo admita, asuma que, como mínimo, se llama humillación. Y no, NO ES DIGNO DE LOS MEJORES.
Porque el 25 de abril, usted insistió en que había que realizar una prueba que requería romper artificialmente la bolsa y que, para esto, tenía que acceder a ponerme la epidural. De hecho, me presentó esta prueba como esencial, pero se negaba a hacerla sin epidural. Más tarde, romper la bolsa provocó complicaciones y la epidural me provocó una reacción posiblemente alérgica. Pero el día del juicio, usted afirmó que yo había solicitado la epidural, la prensa estuvo encantada de decir que yo no tenía ni idea de lo que significaba parir en casa puesto que no había sido capaz de parir sin epidural y que, menos mal que estaba en un hospital ya que mi parto acabó en cesárea… Pero no pedí la epidural y la cesárea fue consecuencia de sus intervenciones. Esto se llama coacción y manipulación de la realidad. Y no, NO ES DIGNO DE LOS MEJORES.
Porque basar su defensa en hechos que no existieron nunca y fueron pronunciados por primera vez el propio día del juicio, es inadmisible, pero es lo que hizo. Por ejemplo, cuando usted le dijo al juez que mi embarazo era de riesgo cuando, qué casualidad, no se mencionó ni una vez en mi historia clínica a lo largo de todo el embarazo y el parto. O cuando usted inventó, en su informe pericial, factores de riesgo que no aparecían en la historia clínica. O cuando usted declaró ante el juez que mi bebé estaba en una posición que hacía imposible un parto vaginal. Qué raro no habernos propuesto, tanto a mí como al juez, una cesárea en vez de la inducción, si un parto vaginal era imposible, ¿no? Porque esta posición, usted la conocía desde antes del ingreso… Esto se llama juego sucio, justificación dudosa y manipulación. Y no, NO ES DIGNO DE LOS MEJORES.
Por ahora, usted no es más que el MEJOR DE LOS CANALLAS y me ha robado, así como a mi hija, lo que iba a ser el día más importante de nuestras vidas, convirtiéndolo en una horrible pesadilla. Por eso no dejarán de lloverle críticas por todas partes. No dejaré de luchar. Porque no puedo permitir que lo que me ha hecho se ponga como ejemplo de buena praxis. No puedo permitir que mi hija, que un día será mujer, crezca en un mundo así y lucharé para que ningún médico con complejo de superhéroe vuelva a pisotear los derechos de las mujeres y de los bebés que gestan.
Seis meses después de nacer mi hija sigo con pesadillas y, aunque no deseo que usted también, sí que deseo que se dé cuenta de lo que ha hecho. Por muchos partos que haya asistido, usted nunca ha parido, a usted nunca les han faltado tanto al respeto en un momento de tal vulnerabilidad. Le deseo que asista muchos más partos, pero, sobre todo, deseo que los asista desde el respeto y la posición que le corresponde. Usted no es ningún dios autorizado a jugar con las vidas ni a decidir si vale más arriesgar la vida de una mujer, la de su bebé o la de los dos.
Ninguna madre está menos preocupada por su bebé que por ella misma. Y ningún paciente, por poco formado o informado que usted le considere, puede ser silenciado en nombre de la “autoridad” que le confiere su bata blanca.
Noviembre 2019
CARTA A LA JUEZA
Estimada señora Jueza,
Es usted una mujer, quizás una madre, probablemente una paciente.
Entiendo que no es usted ninguna especialista en ginecología obstétrica. No pasa nada, yo tampoco. Pero se supone que es usted una experta en Derechos y Leyes. Sin embargo, cuando recibió este aviso por parte del HUCA está claro que se había olvidado de la Ley de Autonomía del Paciente.
Le voy a refrescar brevemente la memoria. Me refiero a esta Ley que, resumiendo, dice que los pacientes tienen derecho a estar informados y decidir libremente sobre su cuerpo y su salud. Es decir, que pueden elegir someterse o no a un tratamiento, una prueba, una intervención… aún cuando su vida dependa de ello. Esta Ley no considera en ningún momento que una mujer, por estar embarazada, deje de ser una paciente ni que sea una paciente con derechos restringidos. Es importante recordar esto porque para mucha gente la Justicia va de la mano de la legalidad. En este caso, la Justicia no respetó la Ley y me privó de mis derechos como paciente.
Cuando recibió este aviso, le pareció que lo justo era hacerle caso a un médico, confiando en su opinión a ciegas. Sin saber nada (o como yo, poco) de ginecología obstétrica, habría sido razonable acudir a algún asesor, pedir la opinión de otro médico, intentar entender la situación concreta de mi embarazo. Pero no lo hizo.
Sin saber nada de mí, habría sido prudente pedir que se valoren mis capacidades de decisión y mi sano juicio, intentar contactar conmigo. Pero no lo hizo.
Y es importante aclarar esto porque para mucha gente la Justicia va de la mano de la mediación imparcial, neutra y libre de prejuicios. Para mucha gente la Justicia defiende al oprimido. En este caso, la Justicia “condenó” a la parte más vulnerable sin ni siquiera escucharla.
Si después de tomar estas precauciones le hubiese parecido que lo justo seguía siendo ordenar mi ingreso forzoso para someterme a una inducción, lo suyo habría sido, como mínimo, tomarse la molestia de citar correctamente en la orden judicial los artículos de ley que motivaban su decisión. Porque, al no hacerlo, yo no supe siquiera cuál era el motivo exacto que justificaba mi ingreso forzoso, lo cual (imagino que lo admitirá) dificulta bastante las posibilidades de defenderse. Y si no es así, le sugiero que lea “El proceso” de Kafka. Y es importante aclarar esto porque para mucha gente la Justicia es transparente.
Señora Jueza, ese día usted quiso actuar rápido, quiero creer que con buenas intenciones; pero no se preocupó de actuar bien, de actuar de forma justa y moral. Porque para la gran mayoría de la gente «justicia» no sólo es legalidad, imparcialidad y transparencia sino también moralidad.
Señora Jueza, ¿de qué servía ordenar mi ingreso para una inducción si el parto ya se había iniciado espontáneamente? ¿En qué mundo, a ojos de la Justicia, la vida de un bebé no nacido es más valiosa que la de su madre? Y digo a ojos de la Justicia porque a ojos de las futuras madres, para la gran mayoría, sí que es más valiosa la vida de su bebé que la suya propia. Y yo no soy una excepción.
Desde luego no en un mundo justo. Y menos aún cuando no se toma siquiera la molestia de saber si realmente la vida de dicho bebé está en peligro o no. Porque la inducción conlleva graves riesgos, ¿sabe? Tanto para la madre como para el bebé. Así que su decisión no sólo ha sido injusta sino que también ha sido irresponsable.
Señora Jueza, en mi parto y en el nacimiento de mi hija no sólo nos ha fallado la Sanidad. A través de su mano también nos ha fallado la Justicia ¿O es que habría redactado una orden de ingreso para realizar la extracción de un órgano a un hombre con el fin de transplantárselo a su hijo sin preocuparse de los riesgos para la salud y la vida del padre? ¿Sin conocer el estado de salud del hijo y sin saber siquiera si dicha intervención le iba a ser beneficiosa al hijo? ¿A que no?
Pues ya sabe, por ser mujer, menos credibilidad. Por estar embarazada, más histérica. Por ser médico, credibilidad incondicional ¡Basta ya de justicia patriarcal! ¡Basta ya de justicia machista!
Su orden judicial no fue legal ni imparcial, ni transparente, ni responsable, ni tampoco moral. Su orden judicial fue una injusticia.
Así que la próxima vez que le llegue un aviso sobre un tema que no domina, antes de confiar a ciegas en el que lo haya redactado, acuérdese de mí y de mi hija, por favor, e infórmese antes de condenar. No podemos permitir que la Justicia sea cómplice de las barbaridades cometidas por algunos, aunque sean médicos (especialmente si son médicos) porque de no ser así, ya no la podríamos denominar Justicia.
Noviembre 2019
CARTA A LOS POLICÍAS
Señores Policías,
Vuestro trabajo consiste en proteger el pueblo, no en cumplir órdenes a toda costa y a cualquier precio. Sí, tenéis obligación de cumplir órdenes. Pero, por una parte, la orden debe ser legal y, por otra parte, al cumplirla, tenéis obligación de mantener la integridad física y moral de las personas involucradas.
Cuando os presentasteis en mi casa, no sabíais que estaba de parto, pero cuando mi matrona abrió la puerta, os lo explicó. Y esto, como mínimo, debería haberos hecho plantearos si la orden judicial seguía teniendo razón de ser.
¿De qué se supone que estabais protegiendo a mi bebé? ¿De un parto que tardaba en llegar? Pues había llegado.
¿En qué mundo se amenaza con escopetas a una mujer de parto por no parir lo bastante rápido? Vale, no teníais escopetas, pero sí me amenazasteis con “hacer uso de la fuerza». A mi, una mujer embarazada en pleno parto ¡Menuda vergüenza!
Mi matrona, mi marido y yo suplicamos un “¡NO!”. No sé qué pasó por sus cabezas, pero yo pensé que recibiría golpes si me oponía. Me acordé de todas las imágenes de manifestantes pacíficos recibiendo palizas, perdiendo un ojo, arrastrados por el pelo por luchar por una causa que les parece justa. Me imaginé dar a luz con la cara ensangrentada, el cuerpo cubierto de moratones y las manos esposadas. Me imaginé recibir un golpe en la barriga y que mi bebé naciera muerto.
No puedo dejar de preguntarme si todo habría sido igual de haber mandado a mi casa a dos policías mujeres. Tengo la sensación de que sí lo hubieran sido, aunque no cambiara el resultado final, al menos habría temido menos sus amenazas. Y es que de repente me vi rodeada, en el pasillo de mi casa, de hombres decidiendo por mi y mi bebé sobre un asunto del que no serán nunca protagonistas.
Cuando llamasteis a mi puerta, yo estaba desnuda en una piscina, de parto. Sumergida en el agua y en el camino íntimo del nacimiento de mi hija. Antes de picar a la puerta, en casa había un cálido silencio apenas interrumpido por voces que me preguntaban cariñosamente cómo me encontraba, si tenía frío, hambre, dolor, miedo… Mi marido estaba feliz, mi matrona me transmitía paz, mi bebé se movía conmigo. Me dolía, sí, por supuesto, muchísimo. Estaba esperando a que mi bebé recorriera, a su ritmo, el camino que le llevaría hasta mis brazos. Estaba rodeada de mis ángeles, honrando mi trabajo y respetando mi cuerpo como el templo sagrado que era antes de que contribuyerais a su profanación.
Cuando llamasteis a mi puerta, estaba centrada en mí, en mi cuerpo, en mi bebé. Estaba manteniendo la calma ante el dolor y los miedos racionales que puede suponer un parto. Estaba acompañada por profesionales cualificados y rodeada de gente que me amaba y respetaba. Estaba bien, y mi bebé también.
Vuestra irrupción en mi mundo sagrado, tan violenta como un choque de trenes, nos puso en peligro.
Los seres humanos somos mamíferos, y los mamíferos, cuando oyen un peligro detienen su parto para ponerse a salvo. Su intervención detuvo mi parto. Una pena cuando el “problema” precisamente era que no iba bastante rápido ¿no?
Pero hay más, veníais con una ambulancia y en ella, dos profesionales sanitarios. Bien, cuando comprendimos que no podíamos evitar el traslado porque nos arriesgaríamos a su “uso de la fuerza”, mi matrona les pidió que pasaran para comprobar que estaba de parto y les aseguró que tanto yo como mi bebé estábamos bien. Su respuesta nos dejó sin palabras. Contestaron que no, porque no eran ningunos “especialistas en partos”. Es decir, delante de vosotros, declararon no tener conocimientos suficientes para atender un parto, pero aún así, a vosotros os pareció que proteger a mi bebé era meterle, a la fuerza, en esta ambulancia y no permitir que me acompañaran ni mi matrona, ni mi marido. Luego soy yo la irresponsable… ¡Buscadle lógica vosotros, porque yo no la encuentro!
Señores policías, habéis entrado a mi casa a sacarme de un entorno seguro para llevarme a la fuerza y de mala manera, a parir en un hospital. Habéis levantado la voz, habéis amenazado, nos habéis puesto en peligro, habéis olvidado en qué consiste vuestro trabajo. De las mil caras que me crucé durante mi parto, las vuestras son las únicas dos que no recuerdo pero vuestra voz sigue presente en mis pesadillas.
Antes de mi parto, cuando yendo en coche oíamos las sirenas de una ambulancia, nos apartábamos apresuradamente, satisfechos de haber contribuido, humildemente y a nuestra pequeña escala, al rescate de una persona. Hoy en día, si esta ambulancia viene acompañada de un coche de policía, lo hacemos preguntándonos si estamos participando en otro injusto y cruel secuestro. ¡Sois la vergüenza de vuestra profesión!
Noviembre 2019