Ayer tuve el placer de escuchar a Michel Odent, gracias como siempre al buen hacer de Besos y Brazos
Con mirada de niño (http://www.conmirada.com/quienes-somos/).
Como doula, una de las cosas que más me gustó fue el momento en que nos pidió permiso para ser “políticamente incorrecto”, y nos dio su visión sobre el “movimiento por el parto natural”.
Me gustó porque me gusta hacer autocrítica, y aquí aprovecharé las ideas comunicadas por Michel Odent para hacerla.
De algún modo siempre he sido consciente de que algo iba mal en cómo se hacían las cosas en los partos hospitalarios. Me parecía que se faltaba al respeto a las madres en más ocasiones de las que me gustaría admitir, y que el llanto desgarrador de los niños al ser separados de sus madres se metía en mis oídos como una sirena de aviso. ¡No, aquello no estaba bien!
Cuando empecé a trabajar como doula, sobre todo en los partos en casa, me parecía que aquello estaba mucho mejor que los partos en el hospital… pero de alguna manera mi imaginación me llevaba a “un mundo ideal”, en el que la doula y la matrona esperaban fuera, la mujer se encontraba sola, o sola con su pareja, y ellos eran los que recibían a su hijo. Sentía que de algún modo así era como tenía que ser.
Y las palabras de Michel Odent me han llevado a renovar esta idea, esta intuición. Sabemos que las hembras mamíferas en general paren solas, somos nosotros, los humanos, los que hemos convertido el parto en un momento social. Nosotros, probablemente desde el neolítico, nos hemos convencido de que las mujeres no podían parir solas. Que necesitaban “ayuda”, “soporte”, “entrenamiento”, “preparación”…
Y lo cierto es que la mayoría de los estudios demuestran que el parto es un acto INVOLUNTARIO. No podemos “ayudar” un acto involuntario. Como dice Michel, no podemos “ayudar” al cuerpo a digerir la comida, pero por desgracia sí que podemos interrumpirlo. Hay multitud de distracciones que afectan a los actos involuntarios.
En el caso del parto, tenemos bien claras las “interrupciones” que provocan alteraciones en el proceso. La luz, el lenguaje (que nos lleva al neocórtex y nos desconecta del cerebro primitivo, el cerebro mamífero, que sabe perfectamente lo que tiene que hacer), los contactos no deseados ni pedidos, el frío, y la sensación de inseguridad, o el sentirse observada.
Así, mi trabajo como doula, más que “hacer”, “preparar”, “entrenar”… consistiría precisamente en PROTEGER.
Para proteger el proceso involuntario del parto, la doula tiene la misión de apagar las luces, de entretener a aquellos que quieren “ayudar” a la madre, de evitar todas y cada una de las interrupciones….
Un trabajo ímprobo en un hospital, desde luego. Y tampoco fácil en casa. En mi caso, lo más difícil es luchar contra mí misma. Contra mi propio condicionamiento cultural, contra mi deseo de ayudar, de apoyar, de hacer….
¡Cuánto que aprender!! Gracias por tus palabras, Michel, gracias por ayudarme, una vez más, a reflexionar sobre cómo realmente podemos cambiar la manera de nacer.