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Sobre los «azotes a tiempo»

Soy consciente de que casi tod@s nos hemos criado con la famosa frasecita «Un azote a tiempo es una victoria» o la también famosa «¿Lloras? Pues ahora vas a llorar con razón». Cuando yo les digo a los padres y madres que el castigo físico NUNCA es bueno, NUNCA es educativo y NUNCA es aceptable, suelen decirme que soy un poco exagerada. Como yo no soy madre, quiero exponeros un testimonio de una madre que ha optado por criar a sus hijos sin pegarles, espero que os guste tanto como a mí. Podéis consultar el blog de María desde aquí, está en mi lista de blogs favoritos: se llama «Reeducando a mamá»

HUMANA

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El otro día tuve un conflicto con mi hijo mayor que acabó en dos nalgadas. Da igual que pasó, simplemente la situación me superó y liberó la ira acumulada en mi cerebro reptiliano. Ya serena, asustada de mi misma y de mi falta de control, acudí a mi Tribu virtual en busca de ayuda y hermandad: vía facebook les conté el desgraciado incidente, tras lo cual se  formó una interesante conversación sobre nuestra capacidad como madres humanas para controlar nuestra ira y no acabar aplicando algo que todas rechazamos en banda: El castigo físico. Y no hablo del castigo físico que duele, sino de la nalgada/colleja/palmada dada sin excesiva fuerza en el trasero, las manos, la cara o la nuca, que no produce ningún dolor físico y que está ampliamente aceptada fuera de nuestro círculo de crianza.

Hace seis años me hubiera reído de cualquiera que me hubiera dicho que ese tipo de cachete es MALTRATO.  De hecho, en un viaje por Austria que hice hace unos quince años con una tía mía, cuando nuestra guía turística nos explicaba que en ese país si un padre pega una bofetada a su hijo en la calle puede ser denunciado, dije claramente: «¡Dios mío! ¡Que exageración!»

Y es que yo había recibido mi propia dosis de esa «medicina» y ahí estaba yo, tan maja, sanota y bien educada. ¿Como no iba a estarlo si mi madre me había dado aquellos cachetes «por mi bien», «doliéndole a ella más que a mí»? Los niños Austriacos iba a ser una pandilla de malcriados sin pizca de disciplina porque ¿Como disciplinar y educar a unos hijos si no les puedes dar ni un cachete?

Han tenido que pasar varios años, tres hijos y unos cuantos libros de la gran Alice Miller para que aquellos pensamientos me produzcan una sensación de vergüenza tan grande que sólo puedo compensarla con la satisfacción que siento al haberlos superado, a pesar de lo que me ha costado y dolido esa superación.

Y es que aceptar que un cachete a un hijo es INACEPTABLE es aceptar que los cachetes que recibiste son igualmente INACEPTABLES. Y eso duele porque te hace sentir que traicionas a tus padres, ya que desenmascara la relación con tu madre o padre, dejando desnuda la verdadera intención de aquellas agresiones «blancas» (porque no producen dolor físico), pero agresiones al fin y al cabo: esos cachetes no se dan por «el bien» del hijo, no, se dan porque el adulto no tiene más recursos para resolver a su favor una situación de conflicto. El cachete muestra al hijo su situación de inferioridad física y dependencia, por lo que acaba instantáneamente con toda su resistencia, produciéndose así el final del problema. Al niño no le queda otra que llorar y aceptar. Si la madre/padre habla y contesta, el niño puede hablar y contestar. Incluso si la madre/padre grita, el niño puede gritar. Pero si la madre/padre da un cachete el niño ya no puede hacer más porque su inferioridad física es evidente, por lo que por ese camino no tiene nada que ganar pero si mucho que perder y siente miedo por su integridad física. Sí, no es exagerado, siente MIEDO por su integridad física porque aunque ese primer cachete tal vez haya sido controlado y no haya dolido, sabe que el adulto tiene la fuerza necesaria para repetirlo, esta vez más fuerte y doloroso, y dado ya uno ¿que le impide seguir dando más?

Si no ¿Por qué creéis que los cachetes acaban con el conflicto? Simplemente porque despiertan el miedo en el niño. El MIEDO A SU MADRE/PADRE, a lo que su madre/padre puede llegar a hacer. Terrible ¿no?

Y a pesar de mi convencimiento y de estas reflexiones, el otro día se me fue la mano y le di dos nalgadas a mi hijo mayor. No son las primeras que le doy, pero si son las primeras después de llegar a la conclusión de que NO SE PEGA NUNCA A LOS HIJOS. Da igual la situación, el caso es que mi rabia se adueñó de mi cerebro, tomó el control de la mano y ésta se estampó contra el trasero del niño antes de que la parte racional del cerebro inhibiera el movimiento. No fue un golpe fuerte sino relativamente suave y controlado, pero fue un acto de pura rabia, de pura impotencia. No fue por «su bien» fue por  «mi bien» porque me permitió descargarme de la rabia y resolver el conflicto instantáneamente. Tal y como sucede siempre, como sucedía conmigo de niña, ese simple acto de irracionalidad dejó claras las posiciones, madre superior/hijo inferior, madre dueña de la situación/hijo a merced de su poder.

Luego hablé con él. Me disculpé y le di las razones de porqué había perdido el control, dejando bien claro que no son excusa para mi comportamiento. También le expliqué que era así como se solucionaban esas situaciones en mi niñez con mi propia madre y que ahora, a pesar de que no quiero repetir ese patrón, cuando me he sentido al límite de mi resistencia no he podido evitar caer en el mismo comportamiento aprendido en mi infancia. Él me ha entendido porque también se le escapa la mano cuando se enfada con sus hermanos y amigos. Y hemos decidido que no nos podemos permitir nunca descargar la ira sobre otra persona, así que utilizaremos un cojín si tenemos que estallar y pegar a algo.

El otro día, cuando en nuestro muro de La Tribu contaba este episodio a mis amigas, Erika comentaba que «el cachete» es un impulso que compartimos con muchos animales que zarandean y mordisquean a sus crías cuando quieren acabar con un comportamiento inapropiado. Reflexionando sobre esto me di cuenta de que es verdad. Dar un manotazo puede llegar a ser socialmente aceptable en muchos contextos, incluso entre adultos. De hecho todos los niños pasan por una etapa en la que levantan la mano cuando tienen un desencuentro con sus compañeros de juegos, sean adultos o niños. Los niños, como el resto de mamíferos, pueden pegar, arañar o morder cuando se enfadan o quieren conseguir algo. En conclusión: el manotazo parece ser un comportamiento instintivo e innato.

Pero ¿Es eso una razón suficiente para permitirnos usar el cachete en nuestra relación con ellos? o planteando la pregunta de otra manera ¿Que particularidad(es) en esta situación hace(n) que el uso del cachete sea absolutamente INADMISIBLE?

Bajo mi punto de vista estas particularidades son:

1- Una ya la hemos comentado: la superioridad física del adulto que deja al niño sin ninguna posibilidad de defenderse. Excepto los niños muy pequeños que todavía osan pegar al adulto un manotazo cuando se enfadan, en general tienen muy claro que por ese camino no hay nada que hacer y frente al cachete sólo les queda bajar la cabeza y retirarse. Como Mireia comentaba en nuestro pequeño debate, no vamos dando coscorrones a los adultos cada vez que tenemos un conflicto, aunque yo veo que si hay una gran confianza puede llegar a estar aceptada una agresión física «blanca» (que no produce dolor, como un manotazo en el brazo por ejemplo), en momentos de mucha tensión. A veces este recurso se utiliza disfrazado de broma y juego («je,je,je…. Ay, pero mira que es puñetero mi marido/hermana/amigo -bum, manotazo en el brazo- diciendo estas cosas de mí, je,je,je,je -grrrrrrrr-…»). Pero cuando pegamos a un niño estamos abusando de nuestra situación porque el niño no tiene ninguna posibilidad, ni física (es más débil) ni moral (si hay algo que se ve realmente horrible en esta sociedad es la agresión de los hijos a sus padres, además de que el niño depende de nosotros a todos los niveles y no se puede arriesgar a que le abandonemos) de devolvernos el golpe para defenderse y defender su posición. Un cachete es así un evidente abuso de poder.

2- Cierto que los demás mamíferos suelen usar una cierta violencia física con sus crías. Es una forma de comunicación más. Los empujones, zarandeos, mordiscos o zarpazos se utilizan para comunicar a la cría que eso no lo deben hacer, posiblemente cuando señales más sutiles o sonoras no han funcionado. Pero nosotros tenemos un recurso más: tenemos EL LENGUAJE. Nuestra capacidad de HABLAR y controlar una situación con el lenguaje, nos permite no ir dando bofetadas, empujones y mordiscos por la calle, cada vez que alguien hace algo que nos molesta o enfada. Podemos llegar a utilizar palabras muy hirientes y en tonos muy altos y agresivos en situaciones de estrés y conflicto, pero con ellas evitamos que el enfrentamiento se resuelva a golpes. Los animales también gruñen, ladran, aúllan, o mugen pero estaremos todos de acuerdo que nuestra capacidad de comunicarnos con el lenguaje supera todos esos recursos. Si queremos que nuestros hijos aprendan a resolver sus conflictos por medio del lenguaje ¿Como nos permitimos utilizar el primitivo sistema del golpe físico con ellos como herramienta de educación? ¡No tiene ningún sentido! El mensaje que les damos es: con tus iguales usa las palabras ( nosotros no pegamos a adultos y cuando ellos mismos pegan a sus amiguitos o hermanos les decimos que «no se pega») pero con los que son más débiles que tú puedes dejarte llevar y golpear (especialmente cuando seas adulto). Terrible mensaje, por cierto.

3- Cuando una leona o una loba da un mordisquillo a su cachorro dudo que lo haga porque el león de la manada la ha enfadado o está hasta las narices de la pesada de su hermana que lleva todo el día incordiándola. Supongo que lo hará porque su cachorro en ese momento le está molestando o está haciendo algo peligroso, y punto. Pero los humanos somos muy complejos y, entre otras cosas, somos capaces de acumular ira. Una ira que se guarda probablemente en la parte más primitiva de nuestro cerebro hasta que encuentra una vía de escape y entonces, como dijo Nohemí, nos convertimos en esos reptiles capaces de devorar a sus crías ¿Cuantas veces no habremos dado un cachete a nuestro hijo porque estábamos ya al borde de nuestra resistencia y no precisamente por lo que el niño haya hecho ese momento? Como bien apuntaba Mireia en nuestra conversación, nada de lo que mi hijo hizo fue ni tan grave ni en absoluto excepcional para un niño de seis años. ¿Fue aquel cachete realmente contra mi hijo, o fue contra toda una situación global que me acababa de superar? Evidentemente fue eso último. En otro momento lo que mi hijo hizo no me hubiera hecho reaccionar así. Pero pasó cuando pasó y él pagó las consecuencias de mi sobrecarga total, no de su acción. Así que el cachete no sólo fue un recurso torpe y primitivo (teniendo el lenguaje debería haberme limitado a su uso), además de un abuso de poder evidente (él ya no tenía ninguna posibilidad de defenderse dada mi superioridad física), también fue INJUSTO (no se lo merecía ya que mi reacción fue desproporcionada a la acción que lo provocó).

De esta manera estoy castigando, abusando y siendo injusta con una persona que me quiere más que a nada en el mundo y que depende de mi completamente. Y todo esto con un simple y controlado manotazo «blanco» en las nalgas.

Y sí, como mis amigas me dijeron con toda la razón,  soy humana. Por eso no soy perfecta y cometo errores. Errores que tienen sus raíces en mi propia infancia y que se han transmitido de generación en generación, perpetuando un sistema de crianza de autoridad y poder donde la justicia es arbitraria y depende del estado de ánimo del que en ese momento tiene la sartén por el mango.

Pegamos por muchas razones: porque nos pegaron, porque estamos marcadas con la herida primal o porque el cerebro reptiliano se hace con el control, con el beneplácito y el poder del cerebro superior. Razones de peso que nunca se pueden convertir en excusa. Eso me permitiría volver a caer una y otra vez, escudando mi conciencia en mis limitaciones. Aunque, por supuesto, las razones son importantes porque, como bien escribía Louma, me permiten perdonarme, ya que tampoco tiene sentido martirizarme una y otra vez con los errores que cometo, además de que debo profundizar y trabajar con ellas para terminar definitivamente con este impulso. Ileana aseguró que a medida que «vaya recolocando mis estanterías interiores», este impulso irá pasando y desapareciendo. Cuidándome, cuidando mi energía  para no llegar al límite, buscando mi alegría y felicidad interior, delegando y pidiendo ayuda… estos consejos que con sólo leerlos ya me hacen sentir mejor fueron de mi querida Cristina.

Esto, simplemente, no puede volver a pasar.No se pega simplemente porque – como dijo Lucía, la hija de Mónica – «No está bien«.

Y para eso tengo que actuar. Tengo que aprender a canalizar y controlar mi ira. También tengo que analizar de donde viene realmente, la razón de su existencia. Esa ira que hace que me porte como una miserable con las personas que más quiero en el mundo: mis propios hijos. Si alguna vez en mi vida he tenido una motivación de peso para desenmascarar y superar mis sombras es ahora. Ahora tres seres humanos que YO he traído a este mundo consciente y voluntariamente dependen de mí  para su formación en adultos sanos, equilibrados, libres y felices.

No, no hay excusa que me permita repetir los errores del pasado, por mucho que estos hayan pesado en mi propia infancia y hayan determinado la persona que soy ahora. Soy una ser humano libre y por lo tanto tengo al responsabilidad de elegir.

Y ELIJO LA SANACIÓN Y LA SUPERACIÓN

Cueste lo que cueste.  

2 comentarios en “Sobre los «azotes a tiempo»”

  1. A mí me encanta todo lo que escribe María porque lo hace desde la experiencia, aunque yo pienso lo mismo, siempre me han dicho que "ya tendría hijos y cambiaría de opinión"… Por eso me gusta poner las reflexiones de madres que ya tienen hijos y comparten conmigo que los niños son PERSONAS, y que como tales, cualquier violencia contra ellos es condenable. Un abrazo!!

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